Por Mario Casalla
BUENOS AIRES (Especial para Punto Uno). Desde su asunción como presidente
Javier Milei viajó doce veces a los EEUU (en contraposición, sólo estuvo en 11
provincias argentinas y con estadías mucho más breves). Agréguese a esto la
injerencia directa que EEUU país tiene sobre nuestra economía, el interés sobre
nuestros recursos naturales y la solicitud de construir una base militar en nuestra
provincia de Tierra del Fuego, Malvinas e islas del Atlántico Sur, como justificativos
más que válidos de la pregunta que da título a esta nota. Hablamos de aportarle a
usted, amigo lector, algunos elementos básicos para comprender cómo piensa un
norteamericano medio y cuáles son las ideas y valores básicos que siempre pondrá en
juego (sea demócrata o republicano, varón o mujer, nativo o por adopción). Por cierto,
hablamos del norteamericano promedio y no de todos, selección imprescindible
cuando de establecer una “matriz de pensamiento” se trata. Y esa matriz es importante
en cuanto nos permitirá comprender mejor a quién tenemos delante, qué podemos
esperar de él e incluso hasta cómo negociar mejor. Por cierto que hablar inglés, no es
lo único que cuenta. Sepamos de entrada que la cultura y la política anglosajona son
bien diferente de la hispanoamericana y que los valores básicos que la animan son
otros. Por cierto que un diálogo entre ambas es posible y de hecho ocurre pero no se
confunda, no somos ni estamos en el mundo de la misma manera y nuestras ideas y
valores son diferentes a las de un estadounidense. Y no haré aquí de exprofeso juicios
de valor, sino el intento de describir cómo piensan. Me concentraré para ello sólo en
tres puntos claves: la noción de Libertad, la certeza de tener un Destino Manifiesto y
una particular idea de la Riqueza.
SINGULAR IDEA DE LA LIBERTAD.
Igual que nosotros, los norteamericanos comenzaron por ser colonias de una metrópoli
(Inglaterra en su caso) e igual que nosotros bregaron por liberarse del yugo
metropolitano. Pero las causas y aspiraciones de su reclamo fueron muy diferentes del
nuestro. En su imaginario cultural más profundo está la idea del Peregrino que deja su
tierra natal, en busca de una libertad religiosa que en Inglaterra le era negada: en el
buque Mayflower viajaban esos peregrinos de una Nueva Jerusalén. No venían en
principio a propagar la fe sino a practicarla, tal y como creían que debía ser practicada.
Otro tanto ocurría con la disensión política, en ese caso se ponía mar de por medio y
las aguas heladas permitían iniciar una nueva vida. El viaje era una promesa de
libertad personal, para actuar y comerciar como no le era posible en la metrópoli: no
había en la América sajona, nada estable ni parecido al Tribunal de la Santa
Inquisición de la América ibérica. Aquí esos peregrinos encontraron un nuevo hogar
que se dispusieron a arreglar y a acomodar a su gusto. Venían para quedarse y con el
afán de superar algún día a la propia Londres en grandeza y beneficios comerciales.
De allí que el proceso de su Independencia (no hablaron nunca de Revolución) se
origine exclusivamente en motivos económicos (la creciente e injusta carga impositiva)
y no en la separación abrupta de su rey. Vinieron a América para seguir siendo
ingleses y para poder ejercer el comercio en libertad. Más aún en su Declaración de
Independencia se trata a los ingleses como “hermanos” y la fundamentan en que no
son oídos por el Parlamento metropolitano. Esa idea de Libertad prima en todos sus
textos patrios por sobre la de Justicia. La Justicia se dará por añadidura, si se tiene
Libertad y la posibilidad de ejercerla en plenitud. Para un norteamericano tipo la
expresión “justicia social”, será siempre motivo de sospecha o tiranía. Tanto en lo
comercial como en lo político lo que prima es el Individuo y su libre competencia en el mercado, sin mayores injerencias de un Estado único y fuerte. De aquí que cada
colonia se hizo un estado libre y el principal problema a resolver fue la “unión” de lo
diverso y no la unidad de un poder central. La solución se refleja en su nombre propio:
“Estados Unidos de Norteamérica”, al cabo de una cruenta guerra civil. Y lo lograron,
con esa autoridad y como buenos hijos ya crecidos, han reemplazado a su Madre
Patria (Inglaterra) en el gobierno de los mares, así como codearon fácilmente a
España y Portugal de la América del Sur. El otro gentilicio con que se reconocen
(americanos, sin más) es también resultado de una apropiación lingüística: los demás
serán hispanos o latinos y a ellos les ofrecerá su gentil protección (panamericanismo),
o el Big stick (Gran Garrote) en caso de no aceptar esa “protección”.
LA TESIS DEL “DESTINO MANIFIESTO”
Es así que desde la proclamación de su Independencia, los Estados Unidos se
sintieron siempre custodios y guardianes de la libertad. Por cierto que con razón o
muchas veces sin ella ya que, una vez pasada la euforia y la pureza inicial de la
Independencia, no vaciló en atropellar otras libertades cuando el “interés nacional
americano” estuviese, según su criterio, en peligro. América latina aprenderá dura y
rápidamente esta lección desde 1847, año en que invadieron México y ocuparon el
norte de ese país (Texas, Nueva México, California, etc) anexándolo al suyo.
Previamente, en 1823, el presidente James Monroe había proclamado la Doctrina que
lleva su nombre, lanzando aquello de “América para los americanos”, es decir para
los norteamericanos; doctrina en la que se apoyará su Secretario de Estado (John
Quincy Adams) para dar a conocer otro clásico de la política continental
norteamericana: la tesis del “Destino Manifiesto” de los Estados Unidos, invocada
también como justificativo de su expansión territorial. Así, libertad e interés nacional,
quedarán férreamente igualados en el imaginario político norteamericano desde su
misma creación, considerando a la vecina América Latina como lugar natural de
cumplimiento de ese “destino manifiesto” y de su cruzada en pro de la libertad y la
democracia. Desde aquel ya lejano 1847, las invasiones territoriales norteamericanas
al sur del río Bravo se sucederán casi ininterrumpidamente durante los siglos XIX y XX
siempre con el objetivo de “proteger la vida y bienes de ciudadanos norteamericanos”,
o de rescatar a los locales de alguna supuesta tiranía.
LA RIQUEZA, VALOR CENTRAL
El tercer valor fundamental del ideario norteamericano, es la noción de Riqueza. Esta
acompaña y corola la idea de Libertad y de Destino Manifiesto y les da su costado más
“espiritual”. El filósofo John Locke es el padre del liberalismo moderno y en él se
inspiró la Declaración de Independencia y el primer texto constitucional de los
flamantes Estados Unidos. Locke era un decidido opositor al poder omnímodo del rey
o del estado, por el contrario su obligación principal es resguardar al individuo, darle
seguridad y garantizar el carácter inviolable de la propiedad. En la tradición sajona
libertad, propiedad y justicia son valores y conceptos que marchan siempre juntos. Y
por cierto esos tres valores laicos, se potenciarán notoriamente al conjugarse con la
ética protestante, en la cual la posesión de riqueza y propiedades es un síntoma de la
“elección divina”. Max Weber vio y explicó con claridad esa singular amalgama político-religiosa
en su clásica obra “La ética protestante y el espíritu el capitalismo” (1904). Allí, para
ilustrar esa vinculación, cita dos trabajos de Benjamín Franklin -uno de aquellos
Padres Fundadores- sus “Advertencias necesarias a los que quieren ser ricos” y sus
”Consejos a un joven comerciante”. En ellos Franklin reflexiona sobre los principios necesarios para el desarrollo del capitalismo y -buscando extraer de allí una suerte de
filosofía de vida- le dice a su joven oyente: “Piensa que el tiempo es dinero. El que
puede ganar diariamente diez chelines con su trabajo y dedica a pasar la mitad del
día, o a holgazanear en su cuarto, aun cuando sólo dedique seis peniques para sus
diversiones, no ha de contar esto solo, sino que en realidad ha gastado, o más bien
derrochado, cinco chelines más”. Queda acuñada para siempre una divisa fundamental del capitalismo: “Time es money”. Y tan religiosa es esta divisa, que el dólar norteamericano lleva grabado a fuego “In God we trust” (En Dios creemos). La riqueza es sagrada y de los ricos será sin dudas el reino de los cielos. Imagínese
Usted amigo lector, qué puede pensar un norteamericano medio sobre algo como una
“opción preferencial por los pobres”, o sobre la primacía del bien común por sobre el interés individual, o sobre el reparto equitativo de los bienes. Cosa de locos o de comunistas, sin dudarlo. Estos valores, aún más potenciados, pasan hoy a la cabeza Donald Trump y de allí rebotan directamente a la cabeza de Javier Milei.

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