El Trabajo, su destino y el nuestro

Por Omar Auton

Jorge Bolívar en su libro “Capitalismo, Trabajo y Anarquía”, transcribe a Carlos Marx cuando este sostiene que “Hegel concibe al trabajo como el acto con el cual el hombre se crea a sí mismo… pero observa sólo el lado positivo, no su aspecto negativo, el trabajo es el devenir para sí del hombre dentro de la enajenación (general)”, es decir “La enajenación de la conciencia del sí no es considerada como la enajenación reflejada en el pensamiento, de la enajenación real de la vida humana”, y nos dice que el trabajo y el trabajador y las cuestiones atinentes deben “ayudar a pensar en su presente donde aparece como la principal víctima de la crisis actual. Como la eterna variable de ajuste de los procesos de desarticulación entre la acumulación del Capital y el desarrollo de las fuerzas productivas”.

   Hago esta introducción para que, si queremos pensar el tema de manera correcta, evitemos caer en la reiterada trampa que nos pone el pensamiento colonial dominante cuando quiere que nos planteemos “El Futuro del Mundo del Trabajo”, como un tema en sí mismo y sin conexión con el modo de producción dominante, la acumulación del capital y la tasa de ganancia, es decir sin vincularlo con lo que Marx llamaba la contradicción principal del capitalismo que es “El carácter social de la creación de la riqueza e individual del apoderamiento de la misma”.

  Es así entonces que se habla de las consecuencias para los trabajadores de los cambios tecnológicos, los modos de organizar el trabajo, el trabajo independiente, el trabajo por plataformas, la inteligencia artificial, pero dejamos fuera de discusión los cambios y nuevas tendencias en el capitalismo, la concentración de la riqueza, los sistemas impositivos, la estrategia de inserción en el mundo, los sectores en disputa dentro de los grupos dominantes, etc.

   Quiero decir, a estos últimos se los menciona y se habla de ellos pero se los da por hechos, como inevitables, casi como un fatalismo histórico, por ende conforman algo así como ciclos históricos naturales y solo se deja la discusión para sus consecuencias: rol, cantidad y conocimientos del trabajador para “poder insertarse” en estos ciclos, edades, cambios legislativos para volver “atrayente” para el empresario contratar trabajadores, invertir dinero, asegurarle altas tasas de retorno, por lo general a partir de reducciones impositivas y “reducción de costos laborales” y solicitarle al Estado que se haga cargo de los “daños colaterales” de los cambios del capitalismo a nivel local y mundial.

   Ahora, por ejemplo, luego de ir convirtiendo en piezas de museo conquistas históricas de los trabajadores, que costaron sangre, muertes y prisiones, como las 8 horas de trabajo, que no significaba que nadie “no pudiera” trabajar más tiempo, sino que no lo “debiera” hacer, ya sea haciendo horas extras o teniendo doble o triple empleo, para alcanzar un ingreso de sobrevivencia. Lo mismo el derecho a cierta “estabilidad” laboral que le permitiera pensar en un futuro, aunque fuera a corto plazo, ni que hablar que en caso de despido injustificado o infundado tuviera derecho a una indemnización, como en cualquier otra relación contractual cuando una de las partes rescinde un vínculo. Ahora, digo, se bombardea ferozmente el sentido asociativo, colectivo, de autodefensa, que se protege y justifica en el caso de los empleadores, cuestionando los “excesos” del sindicalismo, que pretende defender esas conquistas traídas nuevamente a la discusión.

   Esto es un fenómeno mundial, el retroceso de la OIT en los últimos años a partir del fortalecimiento del tándem empresarios-representantes gubernamentales, frente al tercer sector, el de los trabajadores, ha llevado al extremo que se esté discutiendo si la “huelga” es un derecho o puede ser uno de los excesos mencionados.

   En nuestro país tuvo varias expresiones, la eliminación de la constitución de 1949, que contenía “Los derechos del Trabajador”, por un bando militar y luego simplificados por la constituyente de 1957 a un resumen declarativo, en el célebre artículo 14 (bis), que ahora hasta Milei quiere derogar por decreto, fue expresada por el Almirante Rial a la conducción de la CGT cuando les dijo “Esta revolución se hizo para que el hijo del barrendero sea también barrendero”, acompañó la apertura de la economía al capital transnacional especialmente automotriz y petrolero, la intervención a los sindicatos, el Plan Conintes, etc.

   Convencidos que no alcanzó, 20 años después vinieron a completar la tarea en el Proceso de Reorganización Nacional, con la apertura global de la economía, el dólar barato, el cierre de empresas, la persecución y asesinato de miles de trabajadores y dirigentes, la prohibición de la CGT, la caída del salario y las devaluaciones permanentes, que constituyen una gigantesca traslación de la riqueza de los trabajadores a los empleadores. Aparece el llamado “Trabajo Informal” y aquí hay otra trampa, cuando se mide la desocupación solo se consideran aquellos trabajadores que “están buscando trabajo” o sea la demanda de trabajo, no a aquellos que tampoco lo tienen, pero han dejado de buscarlo, o sea a todos aquellos que antes de morirse hambre buscan algún rebusque para llevar un peso a la casa.

   En aquel entonces surgieron las remiserías y creció la flota de taxis, los despedidos cobraban su indemnización y si tenían un auto “lo ponían trabajar” como remís y si no compraban una licencia para taxis, algunos, con mucha antigüedad en grandes empresas que se fueron del país como Peugeot o Citroen, llegaron a comprar un segundo auto y tomaron un raro rol de trabajador y dador de trabajo al mismo tiempo, o si habían trabajado como operarios o áreas técnicas, pusieron talleres mecánicos repitiendo, a veces el doble rol citado.

   Aparecieron las canchas de paddle (ahora pádel), algunos compraron paradas de venta de diarios y revistas, pequeñas almacenes etc, con ello el número de desocupados tendía a bajar, una vez despedido, el trabajador salía a buscar empleo, trataba de no gastar el dinero de la indemnización que era su única reserva, pasado el tiempo infructuosamente buscaba alguna salida, como las mencionadas, con lo cual desaparecían de los registros del Indec y todavía no habían nacido conceptos como “Trabajadores Informales” o “Economía popular”,

   Muchos que alquilaban perdieron sus viviendas, o buscaron algo más “chico”, otros fueron a engrosar los barrios populares o villas miseria que crecieron además gracias a la ímproba tarea del intendente porteño Osvaldo Cacciatore, que primero expulsó a las villas porteñas enviando a sus habitantes al gran Buenos Aires y luego puso en marcha las expropiaciones compulsivas para construir la red de autopistas en los accesos a la ciudad. Ahí nace otro fenómeno, de carácter sociológico, el desocupado que iba a la villa o era “reubicado” en el conurbano salía de las estadísticas y el que trabajaba de peón de taxi o remís celebraba que “ahora se viajaba mejor”, primera expresión de la fragmentación y divorcio entre quiénes, hasta hacía poco tiempo eran compañeros en la fábrica.

   En los años de la democracia, la Argentina sufrió tres crisis brutales de destrucción del empleo, la primera fue la híper de Alfonsín en el final de su gobierno, época en que la gente corría entre las góndolas del supermercado para llegar a los productos antes que el empleado los remarcara, allí desaparecieron miles de pequeños comercios y actividades llevando los índices de desocupación al 8,1% y el de subempleo al 8,6%, el trabajo no registrado alcanzó el 32,5%. La segunda fue la Convertibilidad, Menem anunció que iba a hacer “cirugía sin anestesia”, si tomáramos como base 1970 igual a 100, el salario real nunca volvió a ese nivel, el más bajo fue en 1989 con 64,86 (había perdido 25 puntos) y el más alto en 1994 con 90,18, finalizando el ciclo en 1999 en 78.

   Los cierres de empresas y privatizaciones provocaron que la desocupación bajara hasta 1994, pero desde 1995 hasta 1999 estuvo en dos dígitos con el máximo en 1996 con 17,3% y finalizando el gobierno con el 13,8%, algo similar ocurrió con el trabajo no registrado que tuvo su piso en 1994 con el 28,6% y alcanzó su mayor incidencia al final del gobierno, en 1999, con 37,6%.

   Si consideramos que en 1974 la pobreza afectaba al 4,6% de los hogares y la desocupación no llegaba al 3% pero en 1982, plan Martínez de Hoz de por medio, ascendían al 21% y 9% respectivamente, aparece muy claramente cuando comenzó la decadencia argentina, pero también que los gobiernos de la democracia en el siglo pasado no sólo no mejoraron la situación, sino que continuaron agravándola. 

   Resulta llamativo que entre 1991 y 1999, siete años creció el PBI, entre un piso del 3,8% en 1998 y un techo del 10,5 en 1991, lo que indica que aumentó la producción, pero con menos empresas y menor demanda de trabajo, podemos decir que en 1974 el PBI industrial argentino equivalía al 62% del de Brasil y al 87,6 del de México, en 2001, la relación era del 35,3 y 34,5% respectivamente.

   Luego de la crisis de 2001 comienza un período de recuperación económica que se caracteriza por el crecimiento de la actividad industrial y mejora en el empleo y el salario, pero sin la generación de nuevas empresas, por eso es que se sigue consolidando el trabajo informal y la pobreza nunca descendió del 30%, la crisis mundial de 2008 golpeó a la economía que se sostuvo a partir del estímulo al consumo (autos, motos, bicicletas, electrodomésticos, etc), pero la reaparición de la inflación comenzó a socavar el poder adquisitivo del salario.

   En el año 2018 se produce el tercer golpe contra el trabajo y el salario, la gestión de Macri-Caputo fue funesta para la economía argentina que con sus más y sus menos se había mantenido hasta el año anterior, sucesivas caídas de la actividad industrial debido a la disminución del consumo interno, las altas tasas de interés y la devaluación, la llevó a volúmenes similares a los del 2009 y siguió cayendo en 2019, mostrando la industria una capacidad ociosa del 40,6%, esto incrementó los índices de pobreza, llegando al 35,5% (14 millones de argentinos) y la desocupación al 10%.

   Entre 2020 y 2023, sucedieron acontecimientos mundiales que repercutieron en la Argentina en el 2020 la pandemia de Covid 19, que reveló que había casi 10 millones de argentinos, el 46% de la población económicamente activa y el 22% de la población total, que carecían de la posibilidad de tener ingresos, al no tener trabajo registrado, estar desocupado o sub ocupado. Luego sobrevino la guerra de Ucrania que disparó la inflación internacional, aquí se agravó al mantenerse un nivel de gasto insostenible, el ministro Martín Guzmán inició un proceso de ir achicando ese déficit a porcentajes racionales y acordó una reestructuración de los compromisos con el FMI por la deuda heredada, pero esto fue rechazado por un sector del gobierno (el Kirchnerismo) y llevó a su renuncia.

   Luego de un interregno asumió como ministro Sergio Massa, este intentó mejorar los ingresos (eliminando el impuesto a las ganancias para la cuarta categoría), sostener las principales variables y evitar un estallido, más cuando se convirtió en candidato a presidente para las elecciones del 2023, pero tuvo que enfrentar las operaciones del poder económico (que apostaba a un triunfo del PRO o en su defecto del “muleto”, Javier Milei) especialmente el sector financiero, del FMI que le demoró todo lo posible las remesas adeudadas después de aprobar las revisiones convenidas, el hartazgo y enojo de la población por la inflación creciente y la falta de apoyo real de sectores del frente político que encabezaba.

   Milei triunfa en la segunda vuelta electoral asume el 10 de diciembre de 2023 y desata un mazazo fenomenal contra el pueblo argentino, una devaluación del 100%, una inflación del 117% en enero del 2024 que llegó al 288% en marzo, la mayor de los últimos 30 años, fue inteligentemente manejada, con falacias y una intensa guerra cognitiva, para dejar instalado en la cabeza de los argentinos que era la consecuencia del gobierno anterior, sus mentores habían intentado lograr que Massa hiciera esto pero no lo lograron, en realidad no era necesario, había que hacer un ajuste, es cierto, disminuir el déficit, racionalizar el gasto, poner orden en los precios relativos, etc. pero de ninguna manera la catástrofe que se provocó deliberadamente para poner en marcha el plan económico que había sido diseñado para el PRO, pero encontró en Milei, un individuo inestable emocionalmente, fanático de teorías económicas que ni se estudian ni se aplican en ningún país del mundo, carente de una estructura política propia.

   Hoy la Argentina es un país desintegrado. Con una población que podemos dividir en tres tercios, un 22% de hogares con ingresos entre 6000 y 15.000 dólares mensuales, un 26% con ingresos de entre 2000 y 4000 dólares mensuales, que vive en el sube y baja, según varíe la inflación y un 52% de la población que no alcanza a cubrir los 1800 dólares mensuales que requiere hoy en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires una familia tipo para vivir, dentro de este sector ubicamos al 35% que vive en la pobreza e indigencia.

   Un país fragmentado que, naturalmente traslada su malestar hacia abajo y hacia los costados y no hacia arriba, a lo que contribuye el antiguo estigma cultural de los sectores medios que siempre negaron su pertenencia a la “clase trabajadora”, ser de “clase media” es más una construcción aspiracional y cultural que una definición en base a ingresos, por ello aguanta el chubasco en la medida que los que están abajo no mejoren su situación.

   A su vez el gobierno ha tenido la inteligencia de sostener dos políticas sociales, las Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar, han sido las únicas dos políticas de ingresos cuyo valor ha sido superior a la inflación, asimismo se eliminó la restricción para adquirir bebidas alcohólicas y otras cosas que existía anteriormente. Esto ha llevado que entre algún rebusque (Rappi, Pedidos Ya) changas u ocupación ocasional, más aquellos ingresos, llegan a unos 400 o 500 mil pesos mensuales, cerca del promedio de lo que percibe un trabajador registrado luego de las deducciones por cargas sociales (un 17% promedio), lo que profundiza la bronca de estos últimos, que, víctimas de la enajenación que hablaba Bolívar al comienzo de este capítulo, no advierten que ellos deberían luchar para mejorar sus ingresos magros e insuficientes y no enfrentar a los que perciben beneficios que ni siquiera los acercan a una vida digna.

   Pero además los sectores más postergados no visualizan un empeoramiento de su situación, los aumentos de tarifas o del transporte no los afectan como a aquél que paga un alquiler o tiene un departamento por pequeño que sea, “siempre estuvieron mal, ahora un poco más”, el “Estado Presente” y la “Platita en el bolsillo” nunca le llegaron, no accede a la universidad, jamás accedió por más que los militantes hables de “Universidad con acceso a todos”, por eso ese no es un problema suyo, tampoco el aumento de los alquileres o no poder irse de vacaciones, nunca llegaron a esas situaciones. Es más ahí está la razón de su enojo con los gobiernos “progresistas”, con dirigencias que solo visitaban la villa para pedir el voto y como dice la canción de Cafrune “hacer promesas que nunca cumplieron”.

   Ese que votó a Milei para que “terminara con la casta” que nunca lo consideró ni lo escuchó, o no va a votar hace rato, ahora se le suman los que no van a votar porque “Están convencidos que gane quien gane no va a cambiar su situación”, ¿Malo? Si, por supuesto ¿Inexplicable? De ninguna manera.

    Hay tarea para el hogar:

1)Debatir seria y profundamente cual es el mal que nos aqueja, atrevernos a enfrentar un modelo económico colonial y dependiente que es la causa de la falta de crecimiento económico, desarrollo industrial, aumento de la producción y el trabajo y por consiguiente, de mejora en la distribución de la riqueza.

2)Terminar con la “Salarización” de la pobreza, que acepta la exclusión y la miseria como un “daño colateral” del capitalismo del siglo XXI, cada argentino y argentina, debe producir, como mínimo, igual a lo que consume, hay que integrar a los que están fuera del trabajo formal a éste, no pensando en mejorar la recaudación fiscal sino en que se reencuentre con la cultura del trabajo.

3)Hay que diseñar un plan de reindustrialización, potenciar el “Nacionalismo de capacidades” como lo vi denominar recientemente en un artículo, poner la inversión ahí y en una política científica y tecnológica articulada, con prioridad absoluta.

4)Instalar un diálogo social, trabajadores y empresarios de cada rama deben construir a partir de su experiencia, un plan por rama y por sector y el sector público empleador hacer lo propio con los sindicatos del área para construir un Estado eficaz, eficiente y profesional, el empleo público debe estar al servicio de las necesidades nacionales y no para pagar militantes políticos o solventar el desarrollo de agrupaciones.

5)Los sindicatos deben conformar equipos técnicos que elaboren proyectos y propuestas concretas a los problemas del presente, y acompañarlo con un fuerte aumento de la sindicalización hoy hay 10 millones de trabajadores registrados, de los cuales 3 millones trabajan en el sector público y 7 millones en el sector privado, sólo el 45% está sindicalizado, ahí hay tarea para hacer.

   Habría mucho más para decir, pero solo pretendo compartir un análisis y algunas propuestas, hacer un aporte a la construcción a una nueva esperanza.

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