Por Omar Auton
Voy a embarcarme en una temática difícil pero necesaria, difícil porque cada vez que alguien quiere comprometerse en el imprescindible debate acerca del rol de las organizaciones clandestinas armadas, hasta 1976, comienza la vocinglería de los que han armado su propio relato, algunos ingenuamente o bien intencionados, por mala o parcial información y otros porque han podido vivir, dando charlas, publicando libros, asesorando gobiernos, siempre ejerciendo el rol de “guardianes de la memoria” o sea, han construido una industria que les ha permitido vivir con bastante holgura y por sobre todo manteniendo vivo su antiperonismo, su odio visceral a Juan Domingo Perón, inclusive a partir del endiosamiento a Eva Perón como figura mítica y verdadera revolucionaria para confrontarla con él, traidor, fascista y encima “milico” Juan Perón.
El escritor español Javier Cercas en su libro “El Impostor” (calidad aplicable a muchos de estos pensionados de los años 70) se pregunta ¿Que es la industria de la memoria?, un negocio, ¿Que produce este negocio? un sucedáneo, un abaratamiento, una prostitución de la memoria, también de la historia, porque en tiempos de memoria, esta ocupa, en gran parte el lugar de la historia. O dicho de otro modo: la industria de la memoria es a la historia auténtica lo que la industria del entretenimiento al auténtico arte…porque la historia deben hacerla los historiadores no los políticos y la memoria la hace cada uno.”.
Con menor dureza el Indio Solari decía hace unos años que la memoria no es confiable, uno no recuerda exactamente, fielmente, lo acontecido, a medida que pasan los años nuestra memoria nos juega malas pasadas, modifica hechos para hacerlos más tolerables, justifica egoísmos o transforma fracasos en heroicos intentos semi exitosos. Cuando uno no ha participado de los acontecimientos en análisis, los describe según lo ha recibido de otros (prensa, actores de las cuestiones analizadas) y esas fuentes suelen tener el color de nuestro agrado, si los ha vivido juegan los factores anteriores, además entran a jugar los intereses propios y/o de grupo.
Según Gieco “Todo está grabado en la memoria”, sin embargo esa “memoria” difícilmente contenga la descripción real, honesta y completa de los sucesos, aún con absoluta honestidad y buenas intenciones, siempre está la pelea entre lo que en realidad pasó y lo que sentí que pasó o deseé que hubiera ocurrido, Ni que hablar cuando esa memoria se transforma en “historia”, es decir se “oficializa” como verdad histórica.
Para comprender el origen social de estos grupos de los años setenta vamos a tener que hacer un poco de historia, el primer grupo de civiles armados que desde la clandestinidad intentó derrocar a un gobierno fueron los autodenominados “Comandos Civiles” que primero intentaron asesinar a Perón y luego se sumaron al alzamiento militar. Estos hijos de la clase media alta y aristocracia porteña y en particular de Córdoba, estudiantes universitarios laicos y grupos confesionales, provenientes de la Unión Cívica Radical, del conservadurismo o la incipiente Democracia Cristiana, asesinaron policías que estaban asignados en alguna calle o como consignas, pusieron bombas, practicando el más crudo terrorismo para desestabilizar al gobierno justicialista. En uno de sus intentos de magnicidio más ambicioso, asesinar a Perón cuando se dirigiera a la Casa de Gobierno, participó Diego Muñiz Barreto, luego cuadro de conducción de Montoneros y diputado nacional de la Tendencia, el compañero y amigo Aldo Duzdevich ha escrito profusamente sobre esto y a su lectura encomiendo al que quiera profundizar.
Recordemos que si definimos como “Terrorismo” el asesinar policías, poner bombas, como hizo Roque Carranza en 1953 o intentar asesinar funcionarios de gobierno o al mismísimo presidente esa calificación no puede cambiar cuando dichas acciones las llevan adelante hombres y mujeres afines políticamente contra gobiernos de un signo contrario al nuestro.
A la caída de Perón y en los 18 años de proscripción, el peronismo desarrolló actos de terrorismo en fábricas, metiendo “caños”, pero mostró un respeto casi suicida por las vidas ajenas, tanto así que muchas veces sus militantes murieron o fueron heridos y detenidos por evitar muertes, incluso de las fuerzas policiales, jamás cometió atentados explosivos contra personas o asesinó deliberadamente figuras del “gorilismo” gobernante, tanto de los militares golpistas como de gobiernos civiles fraudulentos, ya que habían llegado gracias a la proscripción de Perón y del Partido Justicialista.
En los años 60 se producen acontecimientos que van a incidir en la política local, en primer lugar las crecientes luchas de los pueblos coloniales y semicoloniales para desembarazarse de las potencias dominantes, Argelia, Egipto, China fueron revoluciones triunfantes que mostraron que la victoria era posible, la lucha de los “barbudos” en Cuba que acaudillados por Fidel Castro toman el poder en 1959, derrocando a la infame dictadura de Fulgencio Batista, conmocionó a los jóvenes y a los revolucionarios de toda Hispanoamérica.
En esos mismos años el Concilio Ecuménico II, impulsado por Juan XXIII y llevado a cabo por Paulo VI, provocó otro terremoto, en este caso en la Iglesia católica, convocando a una iglesia junto al pueblo, denunciando la injusticia y desplazando a la filosofía por la cultura como instrumento de evangelización y difusión del mensaje de Dios, lo que obligaba a sumergirse en el conocimiento de las distintas culturas y realidades históricas. Esto llega a América en la reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana realizada en Medellín donde nace la llamada Teología de la Liberación.
En la Argentina, se sucedían los gobiernos militares y civiles, los sectores medios comenzaban a expresar su disgusto ante las crecientes dificultades económicas, los trabajadores continuaban en su lucha por defender sus derechos y recuperar la democracia plena con el retorno de Perón, exiliado en España, y las elecciones sin proscripciones.
En 1966 un nuevo golpe entroniza en el poder a Juan Carlos Onganía, militar de escasas ideas y gran megalomanía, ya imbuido de la Doctrina de la Seguridad Nacional en la que habían sido instruidas nuestras Fuerzas Armadas, no por EE.UU como se afirma, sino por los militares franceses derrotados en Argelia e Indochina, que de regreso a Francia intentan derrocar a De Gaulle o asesinarlo, fracasan y se emplean como instructores de la “Lucha contra el comunismo” en nuestras tierras.
Ellos son los que traen las ideas de la “guerra sucia”, el secuestro, asesinato y “desaparición” de “el enemigo marxista”, metiendo en esa bolsa a todos los luchadores por la emancipación de sus patrias, la Escuela de las Américas es su continuación, pero no el origen del terrorismo de Estado.
Onganía, decide eliminar todo foco de “adoctrinamiento marxista” y pone sus ojos en las universidades, en particular en la UBA que si bien era verdad que había sido conducida por hombres como Romero o Risieri Frondizi, profesantes de un liberalismo de izquierda o un marxismo “académico”, en realidad lo que representaba era un bastión antiperonista, que había sido “depurado” de profesores y auxiliares seguidores del “tirano depuesto”, era llamada la “Isla Democrática”, ya que en sus claustros se podía leer a Marx, Engels o sus epígonos, mientras fuera de ella se perseguía, encarcelaba y torturaba a los peronistas.
Obtuso como era, Onganía lanzó una brutal represión en la famosa “Noche de los Bastones Largos”, apaleando docentes y estudiantes y lanzando al exilio una generación de los mejores científicos, investigadores, filósofos, producida en el país.
Rotas las ilusiones que expulsado el peronismo, la Argentina volvería a la arcadia de antaño para los sectores medios, destruidas sus ilusiones “democráticas” de una universidad autónoma y ajena a las desdichas del pueblo que la sostenía con sus impuestos, un sector importante empieza a mirar con interés las luchas revolucionarias de otras tierras, los militantes de grupos católicos comienzan a escuchar a los “Sacerdotes del Tercer Mundo” y se conmueven con la muerte en el monte de Camilo Torres, sacerdote colombiano que había renunciado a los hábitos y se enroló en un grupo guerrillero formado al uso del modelo cubano.
En estos años aparecen los primeros intentos de constituir un “foco” guerrillero en Argentina, en 1963, en Orán, Salta, aparece el autodenominado Ejército Guerrillero de los Pobres, conducido por Jorge Masetti, que pretendía abrir un frente que sirviera de apoyo al desembarco del Che Guevara en Bolivia, fue destruido rápidamente por la gendarmería y su jefe, supuestamente, se internó en la selva y nunca se supo más de él.
Masetti, había seguido al grupo guerrillero cubano en Sierra Maestra, a pedido de Guevara fundó Prensa Latina, la agencia oficial de noticias cubana, donde trabajaron, entre otros, Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, enfrentado con el creciente avance del partido Comunista, que no había participado de la lucha pero comenzó a ocupar espacios luego que Castro adscribe al marxismo y sella su alianza con la URSS, renuncia a su cargo en 1962, en esos años también el Che, cuestiona la intromisión de estos sectores y comienza a preparar su salida de Cuba.
Aquí cabe mencionar un debate que se dio en esos años, Guevara en un reportaje al “Monthly Review” adelanta su visión del camino hacia la revolución latinoamericana, afirma “Faltaron en América condiciones subjetivas, de las cuales una de las más importantes es la conciencia de la posibilidad de la victoria por la vía violenta frente al poder imperialista y sus aliados internos. Estas condiciones se crean mediante la lucha armada…y de la derrota del ejército por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento…apuntando desde ya que las condiciones se completan mediante el ejercicio de la lucha armada, tenemos que explicar que el escenario, una vez más, de esta lucha, es el campo y que, desde el campo, un ejército campesino…tomará las ciudades” (1) un recetario completo, un solo camino La lucha armada, un solo lugar El Campo y un solo actor El campesinado.
Esta visión fue consagrada por Fidel Castro y transformada en manual por Regis Debray, incluso la Constitución cubana establece la lucha armada como único camino a la revolución y el socialismo.
La Revolución cubana no triunfó por este recetario, El Granma, yate en el que viajaron los 82 revolucionarios encalló cuando llegó a la playa, fueron emboscados por las fuerzas de Batista y solo sobrevivieron 15, imaginar que con esta fuerza podían derrotar a las fuerzas de Batista, más allá que este ni siquiera tenía más que una guardia nacional armada con fusiles de fines del siglo XIX, suena muy romántico, pero es un dislate.
El triunfo de la revolución cubana habría sido imposible sin el trabajo de Frank País, un joven dirigente estudiantil reformista y maestro, que organizó las fuerzas del Movimiento 26 de Julio en las principales ciudades de Cuba y cuyo asesinato por la policía en Santiago de Cuba en julio de 1957, disparó una rebelión popular sobre la cual se monta el grupo guerrillero para obtener la victoria, el que duda de lo que afirmo, que vaya a la Habana, al Museo de la Revolución y vea con sus propios ojos la relevancia que tiene esta figura, dicho sea de paso el Partido Comunista Cubano nunca apoyó ni a Pais ni a Fidel, recién desembarca en la Revolución triunfante, cuando el bloqueo y la agresión de los EE.UU deja a Cuba aislada y se ve obligada a caer en el abrazo de la URSS, de ahí el rechazo de Masetti y del propio Guevara, especialmente después de lo que consideraron la “traición” de Moscú en 1962, con la crisis de los misiles.
Dediqué este largo párrafo para que podamos comprender dos hechos fundamentales:
1) La influencia de Cuba en establecer la lucha armada como único camino hacia el cambio de estructuras, en su necesidad que las revoluciones, que se producirían, en América continental evitarían el aislamiento de la isla del Caribe, el fracaso de esta estrategia provocó no sólo la aparición de la URSS como aliada única, sino la muerte de miles de militantes desde el Río Bravo hasta el Estrecho de Magallanes.
2) El apresuramiento desesperado de Guevara por generar procesos revolucionarios, primero en África, con el fracaso estrepitoso en el Congo y luego en Bolivia, intentando una revolución campesina en el único país de América del Sur que había hecho, en 1958, una revolución que no sólo había derrotado al ejército y lo había disuelto sino había llevado adelante una reforma agraria.
Volviendo a nuestro país, la idea de encarar la lucha armada surge de tres hechos centrales:
1) El fracaso del intento de golpe militar, primero con Juan José Valle y luego con Iñíguez, para lograr el retorno de Perón, reprimidos sangrientamente, incluso con el asesinato de civiles.
2) El fracaso del intento de regreso de Perón en 1964, frustrado por la alianza del gobierno fraudulento de Arturo Illia con la dictadura brasileña, que detuvo el avión en Río de Janeiro y obligó al líder argentino a regresar a España.
3) La anulación de las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires, en marzo de 1962, en las cuáles el dirigente sindical peronista Andrés Framini logra el 42,22% de los votos, obteniendo el triunfo.
Los militantes peronistas habían llegado a la conclusión que era imposible terminar con la proscripción si no era por la violencia revolucionaria, Cuba parecía enseñar el camino, y aparecen intentos como el Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, más conocido como Uturuncos en 1959, nacidos en Santiago del Estero, donde llegaron a tomar el cuartel policial de Frías, conducidos por Enrique Manuel Mena, quién fue detenido en Tucumán junto al reducido grupo de jóvenes que lo acompañaba,
En 1968 aparecen las Fuerzas Armadas Peronistas conducidas por Envar el Kadri, e integradas por una mujer, Amanda Peralta y otros doce jóvenes, que se instalan en Taco Ralo, Tucumán, que son apresados rápidamente en un intento de entrenamiento, por haber sido denunciados por los vecinos de la zona creyendo que se trataba de contrabandistas.
Es bueno señalar que en esos años había sido creada la Juventud Peronista, con figuras inolvidables como Gustavo Rearte, Carlos Caride, Jorge Rulli, Envar el Kadri, Susana Valle. Felipe Vallese, Héctor Spina, en 1960 habían producido una acción, el ataque a una guardia de la aeronáutica en Ciudad Evita, firmada como Ejército Peronista de Liberación Nacional, estos grupos no se conforman con jóvenes universitarios de clase media como ocurre a partir de los 70, casi todos ellos son obreros y muchos activistas sindicales, familiarizados con la acción directa que podía ir desde pegar fotos de Perón y Evita en Corrientes y Esmeralda para esperar que alguno las arrancara y tomarse a trompadas, hasta poner un caño en una vía del tren o un sabotaje fabril.
Es que entre 1955 y 1970, el peronismo recurrió a todas las formas de lucha posible para poner fin a la Fusiladora, primero, y a los gobiernos civiles fraudulentos, muchos de sus dirigentes fueron asesinados, detenidos y torturados salvajemente e incluso “Desaparecidos” como Vallese, obrero metalúrgico, delegado en la fábrica TEA, en Caracas 940 del barrio de Flores y que al momento de su secuestro tenía 22 años, jamás fue encontrado aunque con los años se supo que fue secuestrado por la Policía Federal, conducido a la Comisaría Primera de San Martín, donde fue torturado por varios días y trasladado a Villa Lynch donde continuaron los tormentos. Se supone que buscaban a Gustavo Rearte.
Remarco el carácter de trabajadores, sindicalistas y militantes de la Juventud Peronista, porque no se trataba de Grupos de Vanguardia ni pretendían hacer ninguna revolución socialista o tomar el poder ellos para conducir un proceso revolucionario, eran militantes peronistas que solo buscaban el regreso de Perón a la Argentina y que hubiera elecciones libres, sin proscripciones, para que el pueblo pudiera elegir a quién deseara, que el peronismo pudiera ser legalizado y organizarse, en definitiva, recuperar una auténtica democracia, seguros que con ella y habiendo elecciones limpias el peronismo era imbatible, solo deseaban retomar el camino de la Revolución Peronista, detenido por el golpe gorila y criminal encabezado por Aramburu y Rojas, impulsado por la oligarquía y las fuerzas políticas que la representaban, la UCR, el Socialismo, el Partido Conservador, el Partido Demócrata Cristiano, la cúpula de la iglesia católica argentina y Gran Bretaña.
En esos años se había producido lo que se llamó el proceso de nacionalización de las clases medias, esto es, sacudidos por la crisis económica, el reaccionarismo medieval de las fuerzas armadas y cierto profesorado y los sucesos ya citados de las luchas por la liberación en el Tercer Mundo, gran parte de esa generación, nacida en los años del peronismo, comienza a revisar la historia reciente y a cuestionar el rol de sus padres, muchos de ellos antiperonistas, rompiendo con la versión oficial de la “Segunda Tiranía”, los trabajadores industriales, que seguían siendo el sector más dinámico de la política argentina, se encuentran con una juventud universitaria que se desplaza hacia el campo nacional, comienzan a circular entre estos últimos, los libros de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Ramos, Hernández Arregui, José M. Rosa, Fermín Chávez, de ahí el concepto de nacionalización, las ideas y categorías de los países dominantes comienzan a ser desplazados por otras, nacidas aquí o en países en lucha por su liberación.
Esta llamada Alianza Plebeya, por los sectores sociales que la componen, estalla en 1969, sale a la calle, enfrenta al onganiato en Corrientes, Rosario, Tucumán y muy especialmente en el Cordobazo pone en crisis a la Argentina de la contrarrevolución oligárquica.
En ninguna de esas luchas encontraremos a los partidos de izquierda y ultraizquierda, menos a los futuros integrantes de las organizaciones armadas, en la provincia de Córdoba los trabajadores salieron con sus dirigentes como Elpidio Torres (Smata), Atilio López (UTA) todos ellos alineados con el vandorismo y los estudiantes por el integralismo, sector nacido en la provincia mediterránea.
(1) “La lucha por un partido revolucionario”; Jorge Abelardo Ramos; Ediciones Pampa y Cielo; Buenos Aires; 1964

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