Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas

Por Julio Fernández Baraibar*

Entre 1957 y 1959, en la Argentina, se publicó por primera vez en una revista de distribución masiva, Hora Cero Semanal, la historieta El Eternauta.

Era en las postrimerías de la llamada Revolución Libertadora, el golpe oligárquico imperialista que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. Ese miserable y criminal gobierno cívico militar estaba llegando a su fin. Ya se habían anunciado elecciones para el año 1958, en las que el movimiento popular mayoritario del país estaría proscripto y su jefe exiliado.

La llamada clase media argentina, ese vasto sector social que creció a la sombra de las políticas industrialistas, de altos salarios y de fomento del mercado interno del peronismo, se ilusionaba con la posibilidad de un gobierno que mantuviera algunos de los logros del peronismo derrocado y proscripto, pero que impidiera lo que consideraba los desbordes plebeyos, el autoritarismo sindical y el empecinamiento nacionalista del régimen depuesto, como La Nación llamaba al peronismo.

El autor literario de El Eternauta integraba y expresaba esa clase media urbana, culta y politizada que veía en la figura de Arturo Frondizi la posibilidad de un “peronismo” sin obreros exigentes y huelguistas, sin universidades obreras ni comisiones internas respondonas. Pero, como suele ocurrir en ese impalpable, sutil y evanescente mundo de la creación artística, el autor literario de El Eternauta, Héctor G. Oesterheld, no sabía que a través de su pluma se expresaban también corrientes subterráneas, invisibles, impulsadas, también inconcientemente, por el propio proceso histórico. Así como el monarquismo de Balzac escondía la presencia inexorable e irreversible de una nueva formación social en la Francia de 1830, la burguesía orleanista, el “desarrollismo” de Oesterheld ocultaba la presencia de fuerzas sociales latentes y reprimidas que en su creación encontraban expresión involuntaria.

Hay en los personajes de el primer El Eternauta algunos de los mitos de aquella clase media de mediados de los cincuenta: la familia celular, el barrio de Vicente López, el profesor de física como manifestación barrial de la tecnología y la ciencia, la aparición del historiador Mosca y su tozuda convicción de que todo eso debe quedar registrado para las futuras generaciones. Y el propio héroe, Juan Salvo, un pequeño burgués arquetípico que, en algún momento, se encuentra con Franco, un obrero metalúrgico, de nombre poco habitual en la clase obrera de aquellos años.

Sabido es que El Eternauta se convirtió, con el paso de los años y las generaciones, en una extraña y reinterpretada representación de la historia del peronismo a partir, justamente, de 1955. El propio autor y su compromiso final terminaron por convertir la historieta en una especie de “Chanson de Rolande” del peronismo posterior a la dictadura cívico militar de 1976.

Pero todo esto es sabido y se han escrito resmas y resmas de reflexiones, comentarios y escolios. Lo interesante es que, hoy, en el año 2020, el mundo entero está viviendo una situación similar a la que describió magistralmente Oesterheld en su obra maestra. El mundo entero no puede salir a la calle porque algo desconocido, nuevo y letal ha ocupado el aire que respiramos. Y aquellos puntos del mapa de Google que no prohiben la salida a las calles ocupadas por el ignoto e invisible enemigo aparecen en las pantallas de todos los televisores del mundo encabezando el ránking de los países con más contagiados y más víctimas.

Un escritor argentino, de profusa imaginación y de sincera y profunda reflexión social, previó, describió y advirtió este escenario hace ya más de cincuenta años. Desde una Argentina donde el pueblo había sido derrotado y se encontraba perseguido y proscripto, un intelectual advertía con una gigantesca y genial metáfora, la crisis general de todo un sistema global.

Bien. Pero resulta que no hace más de dos meses, una gran empresa imperialista de comunicación global, Netflix, anuncia la próxima producción de una serie basada en la obra de Héctor G. Oesterheld, El Eternauta.

Y eso no es todo.

En el prólogo de la obra “La historieta argentina. Una historia”, editado en 2000, escrito por el propio Oesterheld afirmó:

“El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”.

Y resulta que un cura nacido en el barrio de Flores, de pasado obrero, como Franco, el metalúrgico de El Eternauta, ya convertido en obispo de Roma y, por ende, en Papa de la Iglesia Católica, afirma en una lluviosa Plaza de San Pedro, desierta porque las multitudes temen la nevada letal que se ha descargado sobre el mundo: 

Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos (..) En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: ‘perecemos’, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos”.

Y tan solo un día antes, el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, había mencionado al propio Francisco en su llamado a la unidad de todos los seres humanos.

La Argentina deriva su nombre de argentum, de esa plata que buscaban con avidez azorada aquellos toscos españoles, pero mejor que nadie se lo ha dicho Leopoldo Marechal a su discípulo Josef, detrás de quien se ocultaba José María Castiñeira de Dios. Que el poeta complete su profecía y que la historia realice lo que se cifra en el nombre:

5
No te adelantaría mi Didáctica,
si no supiese yo lo que se incuba,
por vocación, en esta provincia de los hombres.
Josef, un ciclo amargo da su fruta en el mundo:
la oscuridad nos miente ya la forma de un dios.
Pero un Rey no visible todavía
está plantando almendras en suelos favorables.
¿Qué me dirías tú si brotara un almendro junto al río
y sus crines de león?
Estudia mis palabras que harán reír a muchos:
yo siempre fui un patriota de la tierra
y un patriota del cielo.
6
El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira
que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.

Buenos Aires, 28 de Marzo de 2020

*escritor, guionista, documentalista y político

El peronismo y la cultura (artículo publicado el 17 de octubre de 2020)

Por Julio Fernández Baraibar*

Ayer, a pedido de un amigo, escribí estas líneas que pongo a continuación. La jornada de hoy, 17 de Octubre de 2020, posiblemente las ilumine con una renovada luz.

Los enemigos del peronismo han querido, a lo largo de los últimos 75 años, adjudicar al peronismo el mote de incultura, de bárbaro, de algo perteneciente a etapas incivilizadas de la humanidad.

Sin embargo, nada es más falso, nada es más injusto y agraviante que esa calificación.

Cuando hablamos de cultura, cuando nos referimos a ella, no estamos mencionando tan solo las obras literarias, como la novela, la poesía o el ensayo filosófico, ni las obras pictóricas, la música o la danza, aunque también nos referimos a ellas.

Cuando decimos cultura queremos significar la acumulación de saber, de experiencia, de belleza, de reflexión colectiva y anónima de un pueblo a lo largo de su desarrollo en la historia. Cultura son también los saberes populares transmitidos de padres a hijos, la técnica exquisita de la tejedora de ponchos o del lutier de bombos, el conocimiento casi secreto de la mujer que sabe donde crece ese yuyito capaz de salvar al niño de alguna enfermedad estival.

Y el peronismo, nuestro gran movimiento nacional, es el que mejor ha expresado a lo largo de estos 75 años esta cultura, esta sedimentación de conocimientos, experiencias, reflexiones, artes y artesanías de nuestro pueblo.

Es curioso lo que ha ocurrido con la palabra “bárbaro” en nuestro debate político. Para los griegos, de donde viene la palabra, significaba “el que balbucea”, “el que no sabe hablar” y se la adjudicaban a todos los pueblos que no hablasen el griego o el latín de aquella época. Bárbaro era entonces un concepto despectivo para referirse al que no era griego, al extranjero, al desconocido.

El liberalismo argentino, ya desde Sarmiento, transformó la palabra en un insulto para referirse a los propios, a los hombres y mujeres del pueblo argentino que desconocían la cultura importada de Francia e Inglaterra que exhibían los círculos encumbrados del puerto de Buenos Aires, pero que llevaban sobre los hombros, en las manos y en las cabezas, siglos de su cultura propia, nacida aún antes de la llegada de los españoles.

Y el peronismo, desde aquel 17 de octubre de 1945, se encargó de desplegar y poner en valor esa cultura secular, exhibiendo a la vez el carácter extranjero y, entonces sí, bárbaro de esos grupos que balbuceaban verdaderamente el lenguaje del pueblo argentino, que no los entendía, que hablaba otro idioma.

Esa cultura argentina y americana que el peronismo encarnó entonces y continúa encarnando 75 años después, tan fresca como aquella tarde soleada de 1945, recogió toda la tradición de la patria desde aquella mañana de mayo. Por eso nuestro gran poeta peronista, Leopoldo Marechal, escribió sobre esa tarde fundadora:

De pronto alzó la frente y se hizo rayo

(¡era en Octubre y parecía Mayo!),

Y también asumió la epopeya sanmartiniana, y las luchas federales y el heroísmo en la Vuelta de Obligado, el exilio de los criollos que se adentraban en la actual Formosa, huyendo de nuestras guerras civiles, el grito de nuestros pueblos originarios para ser incluidos definitivamente en esa “Argentina grande con la que San Martín soñó”.

Y el peronismo hizo suyas las quejas amargas de Martín Fierro condenado a la exclusión y el olvido. Y toda su política económica, social y cultural fue una respuesta al gaucho Fierro cuando exclama:

Tiene el gaucho que aguantar

hasta que lo trague el hoyo,

o hasta que venga algún criollo

en esta tierra a mandar.

El peronismo es, en este sentido, un movimiento cuyo motor espiritual es, justamente, la cultura profunda del pueblo argentino. Y sólo porque es así se puede explicar que una movilización masiva de cientos de miles de trabajadores ocurrida hace 75 años tenga la capacidad de convocar a hombres y mujeres nacidos muchos años después de esa jornada, que no vivieron esos días maravillosos, para actualizar el mandato cultural y político que brota del 17 de octubre.

La idea misma de que “reine en el pueblo el amor y la igualdad” es una consigna única entre los grandes movimientos populares que intentaron cambiar un estado de injusticia. El amor entre los argentinos, el amor entre los pueblos de Latinoamérica, y la igualdad que es el único amor posible entre hombres y mujeres libres. Esa cultura ha impregnado toda nuestra acción política.

La Comunidad Organizada que el peronismo presenta como su proyecto social no es otra cosa que el amor entre iguales, entre hombres y mujeres que no son solo iguales ante la ley, como reza el mandato liberal, sino que son iguales en sus condiciones de vida, en su potencialidad de desarrollo. Y hoy que se habla de meritocracia, esa cultura del amor y la igualdad es la condición previa para que los méritos y los atributos personales de todos y todas -al margen de la cuna en la que nació, del dinero del que dispuso, de las relaciones sociales con las que contó- puedan ser coronadas por el éxito, que nunca es individual, sino de la sociedad que permitió su realización.

Esta es la cultura del peronismo, nacida de lo profundo de la Patria y del pueblo. Esta es la cultura que han expresado, por un lado, tantos notables pensadores, filósofos, escritores y artistas de todas las ramas que han encontrado en nuestro movimiento el cauce para sus inquietudes.

Y lo más importante, esta es la cultura que ha expresado nuestro pueblo argentino, en las duras y en las maduras, aferrándonos, como lo hemos hecho en estos 75 años, a una de las Veinte Verdades: “No existe para el peronismo más que una sola clase de personas: los que trabajan”.

Y esto, la reivindicación de quienes trabajan, ha sido el aporte que nuestro movimiento ha hecho a la cultura del pueblo argentino.

Buenos Aires, 16 de Octubre de 2020

*escritor, guionista, documentalista y político

Canto por Pablo Grillo

Por Julio Fernández Baraibar *

¡Qué sencillo

es a quién tiene corazón de grillo

interpretar la vida esta mañana!

Conrado Nalé Roxlo (Chamico)

Pablo Grillo, con tu corazón de grillo

saliste esa mañana, como siempre.

Como un grillo fuiste a tu tarea:

que sean verdes como se merecen

los espacios verdes del Hospital Evita.

Y la cámara, el ojo que eterniza,

que detiene para siempre el instante,

colgada del hombro como todos los días.

Y el rojo de tu club en el pecho,

que también es el rojo de la lucha

que te esperaba, en la tarde.

El ojo polifemo de la cámara

iba a congelar el gesto de rebeldía,

el puño alzado al cielo,

los colores de las tribunas,

con que se solidariza el grillo,

el culatazo artero o el gaseo impune,

el atropello de uniforme

y la violencia de arriba

que el grillo repudia.

La vana música del grillo

vio el marco en llamas,

vio la formación criminal

en un fondo donde se recortaba

el Palacio del pueblo y de las leyes.

Y la humareda de los disparos y el gas

le daban el clima exacto

que Polifemo congelaría.

Y en ese preciso instante,

Pablo, se congeló tu horrible

caída hacia atrás,

sos vos el grillo congelado,

no el oscuro pelotón que te fusiló.

Corren los compañeros,

como grillos gritando su desesperación.

Y ahí estás, Pablo.

Tu extremado esfuerzo

para que el cielo sea de porcelana.

Para que siempre sea

una copa de oro el espinillo,

nos ha hecho grillos,

nos ha convertido en hermanos

que cantan con monotonía

para que la luna alumbre

el canto del grillo junto al camino.

Y que la violencia criminal,

que intentó aplastarte,

sea aplastada por un dulce

coro de grillos

que cante al amor, a la amistad,

a la dulce vida de los grillos.

Buenos Aires, 16 de marzo de 2025

*escritor, guionista, documentalista y político

11 de junio de 1580: Juan de Garay funda Buenos Aires*


Desde el fallido intento de Pedro de Mendoza, que no pasó de tener vida más que cuatro o cinco años –entre 1536 y 1541− , la Corona tardaría cuarenta años en concretar la tan necesaria repoblación de Buenos Aires.

El reclutamiento de voluntarios para la refundación de Buenos Aires se pregonó en Asunción del Paraguay –fundada en 1537− y en Santa Fe –que databa de 1573-. Para atraer pobladores, Garay ofreció todo tipo de beneficios: mercedes de tierra, encomiendas de indios y aprovechamiento del ganado caballar existente a quienes “por su cuenta y minción” fueran a poblar el puerto rioplatense con sus familias, ganado, armamento y aperos de labranza. Dada la sabida carencia de tribus agricultoras que aseguraran el sustento, Garay reconoció –en términos concretos– solo la propiedad de los caballos mostrencos, única posibilidad económica real, aunque resultara evidentemente precaria.

Mucho más que 65 fudadores


Se suele decir que a Buenos Aires la fundaron 65 personas pero hay en eso un error, que es el de considerar solo a quienes, según la Corona, eran personas con todos los derechos. El contingente que partió de Asunción el 5 de marzo y realizó la travesía fue ampliamente superior a doscientas personas a las que hay que agregar las que se sumaron o desertaron en el trayecto. Tras pasar por Santa Fe, aquellos 65 individuos “propietarios” y sus acompañantes llegaron a las costas del Río de la Plata. De este grupo de “agraciados”, solo diez eran peninsulares y una de ellos, Ana Díaz, la única mujer mayor y soltera. El resto, aproximadamente 50 hombres, eran “mancebos de la tierra” nativos del Paraguay, que, por lo general, conocían y hablaban el castellano y el guaraní. Sus esposas e hijos, que por entonces no se contaban como pobladores, permiten elevar la cifra de fundadores a una centena, por lo cual también resulta un error común afirmar que la “única mujer” fue Ana Díaz: ella era la única viuda o soltera mayor de 25 años, vecina por derecho propio.
El contingente se completó con unos 200 guaraníes, muchos de ellos trasladados también con sus familias. El ganado, unos 300 vacunos y bueyes arrastrando carretas, custodiado por dieciocho soldados, fue traído por tierra. Los restantes expedicionarios llegaron por barco, mientras que los bastimentos (suministros y provisiones) y caballos lo hicieron en cuarenta balsas y numerosas canoas.


La Santísima Trinidad, con San Martín como patrono.


El 29 de mayo, día de la Santísima Trinidad, los navegantes arribaron a la antigua boca del Riachuelo, cerca de la actual calle Hipólito Yrigoyen, detrás de la Casa Rosada. Tuvieron que esperar más de una semana el arribo de la expedición terrestre.
Plantada una cruz en el sitio que se asignó para Iglesia Mayor, luego de que Garay designara a los alcaldes y éstos juraran debidamente, se enarboló un palo por Rollo “para que sirva de árbol de justicia” y Garay mandó que ninguna persona “sea osada de lo quitar vatir ni mudar so pena de muerte”. Representando al adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón y en cumplimiento de lo acordado con el Rey, “en nombre de Su Majestad tomava e tomo posesión de la dicha ciudad e de todas estas provincias leste ueste norte sur” y en prueba de ello, tomó su espada, cortó hierbas y tiró cuchilladas. Preguntó entonces si alguno lo contradecía. Como nadie contestó, dio por terminado el acto.


Aquel 11 de junio de 1580 quedó de este modo fundada el nuevo poblado. Esta vez la futura población fue bautizada con el nombre de “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires”. El reparto de solares, chacras y suertes de estancias no se realizó sino hasta fines de octubre. Se estima que, junto con el trazado de los cuarteles y manzanas y el recorrido de las calles, se dio origen, ese mismo año, a la calle más antigua y larga, llamada por su fundador el “Camino de Santa Fe”, de un trazado paralelo al río y que no es otra que la conocida avenida homónima de Capital conocida hace unas décadas como “la gran vía del Norte”.


Conforme a las disposiciones reales, la ciudad contaría con ciento treinta y cinco manzanas de 140 varas por lado y calles de 11 varas de ancho, dentro de un rectángulo de quince manzanas de frente al Este, sobre la barranca del río, por un fondo de nueve cuadras al Oeste. Tendría un ejido de cinco manzanas −un campo común de todos los vecinos para labranza y establecimiento de las eras−, ubicado entre las actuales Viamonte y Arenales, por una legua de largo. Para atender las tareas portuarias se estableció un segundo ejido sobre la barranca, paralelo al río, desde la altura de 25 de Mayo-Balcarce y entre la avenida Belgrano y Bartolomé Mitre.

A pesar de ser minoría notable, los españoles peninsulares ocuparon la mayoría de los cargos; solo dos de ellos, un regidor y el procurador, eran americanos.
Por sorteo realizado el 20 de octubre de 1580 quedó designado como patrono de la Ciudad San Martín de Tours. Se dice que el sorteo se realizó tres veces porque a todos les disgustó que, al sacar los papeles de un sombrero, saliera elegido un santo extranjero. Pero el nombre de San Martín salió tres veces seguidas y Garay debió aceptar su suerte. Era la de una tercera revelación…


“Abrir las puerta de la tierra”


La segunda fundación de Buenos Aires, concretada por Juan de Garay a nombre de Torres de Vera y Aragón, consolidó el proyecto dinamizado desde el Plata, e hizo realidad aquella máxima acuñada por el propio Garay de “abrir las puertas de la tierra” para un inmenso territorio, con un puerto cercano al mar. Permitió así la emancipación del “Río de la Plata” respecto del Perú aunque, formalmente, el territorio sería por mucho tiempo parte de su Virreinato.

En 1588, el mismo Juan Torres de Vera y Aragón fundó Corrientes y, de ese modo, la línea de asentamientos sobre el Paraná –Buenos Aires-Santa Fe-Corrientes-Asunción– aseguró una presencia continua en el Litoral, puntos de defensa encadenados para enfrentar la ambición portuguesa y asegurando una línea de transporte fluvial rápida y eficaz.
Por su parte, Santa Fe, la ciudad que Garay sentía como propia, será durante mucho tiempo más importante que Buenos Aires. Funcionaba como puerto de comunicación del Paraguay con el Tucumán y logró la más importante producción agropecuaria del Litoral. Cuando se instalen las misiones jesuíticas, la procuraduría –los responsables de administrar y comerciar excedentes económicos como los de yerba y madera a las zonas mineras– se ubicará también en Santa Fe, en línea directa con Córdoba la ciudad geopolíticamente más crucial.


Nuevos Aires.


Otro es el “país” que encuentra Garay respecto de aquel “puerto del hambre” de pésima fama abandonado hacía cuarenta años por los últimos pobladores llegados con Pedro de Mendoza. El campo aparecía “brioso”, cubierto por “más de ochenta mil cabezas de caballos, yeguas y potros”; y los indios que antes eran “tan ligeros que alcanzaban un venado por pies”, los boleaban ahora de a caballo. Dos generaciones habían alcanzado para convertirlos en diestros jinetes. Cuando el poblador nativo saltó sobre el caballo, desprendiendo sus plantas del suelo vivió una transformación decisiva, revolucionaria para su vida. Por un lado, dispuso de la carne de potro, que se convertirá en su alimento preferido y, por otro, le facilitó la caza de venados, gamas, guanacos y avestruces, que quedaron “a su merced”. Además, la abundancia de pieles proporcionó relativo bienestar a su existencia. Finalmente, la distancia, un escollo insalvable hasta entonces −como si se tratara de autopistas modernas− “se redujo a cuestión de tiempo”, como dice Maud de Ridder de Zemborain.
El indio de las pampas contó con un elemento de transporte para trasladar a grandes distancias a su familia, el toldo que constituía su morada y llevar pesos considerables. “No hubo ya lugar del territorio para él inaccesible: lanzose a la llanura, cruzó ríos y torrentes, se internó en las travesías, penetró en la cordillera por los pasos del Sur y hacia Oriente llegó hasta donde concluía la tierra y contempló el mar. Tomó posesión plena del desierto, y entabló relación con sus semejantes –comerció con pueblos distantes− y pudo “visitar a los cristianos de otras poblaciones” como Córdoba, Tucumán o Mendoza” y vio “a las mujeres blancas”.
Como dijimos antes, Garay repartió los indios del lugar entre los fundadores, como si fueran propiedad privada suya y del Rey, “en alguna recompensa de todos los gastos y trabajos que han tenido en la dicha población”. Pero “por lo poco que se podía hacer con ellos” no resultó un beneficio muy fructífero. Cada encomienda implicaba un cacique con su tribu. Solo dos de estas encomiendas subsistieron algunos años, las de los caciques Tubichaminí y Bagual. “Del primero –recuerda Maud de Ridder−, queda su recuerdo en un río del departamento de Magdalena, y del segundo su nombre pasó a identificar un caballo a su semejanza ‘bravo e indómito’, pues este cacique, harto un día “’del rigor de sus amos’, se alzó con su tribu galopando libre por la pampa abierta”. Algo nos dejó su espíritu indómito: hoy se llama bagual al caballo redomón.

*Nota tomada de LaNueva.com

El pecado de Ramón Carrillo

por Juan Manuel Di Teodoro*

Ramón Carrillo fue el mayor de once hermanos y nació en Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906. A los 18 años viajó a Buenos Aires para estudiar medicina en la UBA. 

En 1927 fue seleccionado por concurso como practicante externo del Hospital de Clínicas. En 1928 lo designaron como subdirector de una revista de medicina y publicó sus primeros trabajos científicos. En 1929 se recibió de médico y obtuvo la Medalla de Oro al mejor alumno de su promoción. Una beca de la Universidad de Buenos Aires, otorgada en 1930,  que consistía en tres años de perfeccionamiento en Europa, lo llevó a Holanda, Francia y Alemania. 

Al regresar al país, en 1937,  oscuros años de la Década Infame, en los cuales surgía FORJA, agrupación con la que Carrillo simpatizaba, mantuvo un fluido contacto con uno de sus integrantes y comprovinciano, Homero Manzi. Fue en los bares de Buenos Aires donde se discutía de la vida y las dolientes realidades de aquellos años, que  trabó amistad con los hermanos Discépolo.

Recibió el Premio Nacional de Ciencias y dos años después, en 1939, fue convocado para organizar el Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar Central en Buenos Aires.  Fue en esa función que conoció a fondo la realidad sanitaria del país, ya que por esos años muchos jóvenes eran  rechazados del Servicio Militar por no tener la aptitud física para encarar las actividades militares, en la mayoría de los casos esas enfermedades estaban relacionadas con la pobreza, muy particularmente en aquellos que provenían del Interior.

A partir de ello, realizó algunos trabajos estadísticos donde llegó a conclusiones alarmantes, el país contaba apenas con el 45% de las camas necesarias pero en algunas regiones esa disponibilidad era nula. La situación de los hospitales públicos era por demás deficiente y no dependían de una política pública de sino que quedaba librada a la buena voluntad de la caridad de algunas instituciones o damas de beneficencia.  

Carrillo era consciente que la salud no podía depender de la caridad sino de una política de Estado por eso declaró: «La caridad es una virtud cristiana admirable, pero no puede ser la base de una doctrina para el gobierno de la salud pública». 

En 1942 ganó por concurso la cátedra de Neurocirugía de la Facultad de Medicina de la UBA.

En el Hospital Militar conoce a Juan Domingo Perón, un encuentro decisivo para el futuro de la salud pública del país. El médico y el coronel consensuaron la necesidad de elaborar y establecer un Plan Sanitario Nacional.

Al asumir la Presidencia de la Nación, Perón lo designa como secretario de Salud Pública y Carrillo presenta un proyecto de 4.000 páginas con las bases del futuro Ministerio. Carillo desarrolló sus tareas prestando particular atención a tres pilares sobre los cuales se construyó su política y que no habían sido tenidos en cuenta por gobiernos anteriores. Ellos eran la medicina social, la medicina preventiva y la atención materno-infantil.

Por aquel entonces, en la Argentina interior y rural se padecía de diversas enfermedades. Carrillo elabora un ambicioso Plan Sanitario que amplía la cantidad de camas disponibles y promueve con fondos del IAPI la creación de hospitales, centros de salud, institutos de especialización, centros de higiene materno-infantiles, sanitarios y laboratorios. Fue famoso en la época el «tren sanitario justicialista Eva Perón», patrocinado por la fundación homónima, que recorre la geografía del país haciendo análisis de sangre y radiografías.

La gestión de Carrillo erradica el paludismo de Argentina y la tuberculosis se reduce a niveles mínimos. Durante su mandato, la esperanza de vida crece de 61,7 a 66,5 años. Se lanzan campañas y se reduce la prevalencia de enfermedades como el chagas, la brucelosis, la lepra, el tifus, la sífilis y la fiebre amarilla. El índice de mortalidad infantil desciende casi hasta la mitad.  Se construyeron 234 hospitales (aumentando en 22.000 camas el sistema sanitario). Crea la primera fábrica de medicamentos: EMESTA (Empresa Medicinal del Estado), que procuraba proveer los tratamientos más caros a bajo costo. 

En su tarea política tuvo la oportunidad de relacionarse con el Ministro de la Salud Pública de Israel, quien en mayo de 1954, le obsequió una placa a la que llamó «un pequeño recuerdo». El ministro de Israel era Joseph Serlin quien se definía como un activista sionista, era miembro del Partido Liberal, quien después de la creación del Israel en 1948, fue miembro del Consejo de Estado provisional. Una persona que lejos está de saludar a un «nazi» y mucho menos de entregarle una placa.

Pero, ¿por qué se ataca a Ramón Carrillo? Porque su pecado fue hacer medicina social. Hasta la llegada del peronismo se trababa de mantener como elementos independientes a la enfermedad y la pobreza, Ramón Carrillo terminó con esa concepción oligárquica y lo ubicó en su justo lugar, así decía: «Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas». 

(*) Di Teodoro, Juan Manuel es abogado e integrante de la Agrupación Peronista Blanca de UPCN.

(**) Esta nota de opinión también se publicó en el portal Letra P.

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